Hay días en los que no me provoca hacer nada. Despierto, miro al techo o contemplo la luz muy tenue que se filtra a través de la ventana.
y pienso si vale la pena levantarse, bañarse, vestirse y salir de nuevo a las calles del eterno retorno.
y me pregunto por qué el destino o la casualidad nos abandonó a las puertas de las peores galaxias, por qué me enseñaron la más triste de las cosmogonías.
y siempre o casi siempre me inyecto ánimos, tomo el bastón y salgo a la calle, olvidando los argumentos que recomiendan hacer lo contrario.
Hay días en los que, cansado, me vendo a la falsedad, fingiendo estar de acuerdo, aceptando posturas ajenas como propias, incluso defendiéndolas.
Hay días poco afortunados en los que me visita, de pronto, un viejo remordimiento o una voz o un olor que creía olvidados.
Hay días muy afortunados en los que escribo un par de líneas acertadas o una metáfora o simplemente hago lo que debo hacer o simplemente lo intento. Entonces soy feliz.
y creo que vale la pena levantarse, bañarse, vestirse, tomar el bastón, inyectarse ánimos y salir a las calles del eterno retorno, recordando los argumentos que refutan a los argumentos que recomiendan hacer lo contrario.
y en ese instante siempre o casi siempre surge una vocecita que me dice "despierta".
—Despierte usted —le contesto yo—
—¿Ah?
—Nada.