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lunes, 29 de junio de 2009

1998.

Todo era distinto. Había alegría y hacía menos calor en la ciudad.
Mi abuelo, que siempre vestía guayabera y sombrero, me llevó a una pelea de gallos, donde personas eufóricas vociferaban alrededor de una confusión de espuelas y de sangre.
Oscar, mi hermano, forraba las paredes de nuestro cuarto con posters de sus ídolos: Michael Jordan y los Chicago Bulls.
Rafael Caldera alcanzó la decrepitud gobernando al país. Un año más tarde la Cuarta República daría paso a la Quinta, que traería consigo algunos sueños renovados, los mismos vicios y la misma carencia de virtudes.
Anhelaba que mi madre llegase del trabajo porque siempre me obsequiaba un par de chocolates cuya envoltura abría con mucho cuidado, procurando no romper las barajitas de animales que traían dentro.
Leía mi primer libro: Casas Muertas, de Miguel Otero Silva. Recuerdo que al final, Rupert, el trinitario, canturreaba una canción:
Sofia, went to Maracaibo.
¡Bye, bye, Sofia!