jueves, 27 de septiembre de 2012

Iniciación.

Éramos jóvenes y nada nos previno
de que ciertas condiciones objetivas
el clima, la música, algunos desaciertos históricos
        modifican
(estudios previos lo demuestran)
la sutil trayectoria del deseo.
    Creíamos
–oh, la triste educación sentimental
que todo marchaba
forzosamente hacia adelante,
que los urbanistas erigían ciudades
propicias para la felicidad.
y ocurrió que la brisa,
             el Olor a lluvia,
las costumbres sociales postcapitalistas
Y el ruido de una fiesta que moría
           prematuramente
    propiciaron el encuentro.
Jamás advertimos
que la sed tiene voluntad y lenguaje,
fórmulas, consecuencias,
que los ojos tristes y furtivos,
los silencios,
las sonrisas,  los brazos que se posan
       por accidente
siempre allanan el camino.
           más tarde,
desnudos los cuerpos
producto de la contingencia
                            y del desorden
las manos
ávidas, indecorosas
                      descienden
      escalan abismos,
disuelven dioses y horizontes
mientras sus senos y su vientre
adquieren la consistencia
de un lectura prohibida.

abolidas
             la razón,
     las palabras,
dos animales
                  se precipitan
y fallecen
entre la repentina soledad
y el desconcierto
       el arrebato
impreciso, abstracto
nos traiciona
y siempre
regresamos a un mundo
que nadie puede cambiar.

domingo, 16 de enero de 2011

Concierto de bolsillo

A las 02:34 un ciclista insomne y descuidado se estrelló contra la M iluminada de un Mcdonalds donde un empleado inescrupuloso robaba los zapatos de los niños que subían al parque, descalzos, para venderlos y así poder financiar su recién adquirida afición a las apuestas en carreras de caballos.
A las 02:34 Jérôme, crítico literario de un periódico de tercera, escribió, acerca de Belén Ullán, "es la mejor poetisa lesbiana desde Safo", y soltó una carcajada.
A las 02:34 una estudiante descubre la belleza de una fórmula matemática, solo para darse cuenta, un poco más tarde, que erró por una fracción y que la belleza es efímera.
A las 02:34 Andrés aprendió con éxito a manejar una navaja sobre el rostro de un desposeído.
A las 02:34 un niño de 11 años halló una perla mientras comía ostras a deshoras en un local Phillies, al norte.
A las 02:34 una anciana rompe la vitrina de una farmacia cuando el farmaceuta le pide que tome un número «cómo los demás».
A las 02:34 alguien se pregunta: ¿Quién no hubiera deseado tener por interlocutor a un ciudadano llamado Federico?
A las 02:34 Lucrecia lee versos de Wordsworth y se identifica en cada una de sus palabras y prefiere no haberlos leído nunca.
A las 02:34 un ciudadano honesto llamado Federico nota que su reloj de pulsera no funciona y que acaba de soñar con la espalda desnuda de la muchacha pintada por Degas.

En otro reloj, el minutero es inclemente: Dan las 02:35.

lunes, 18 de octubre de 2010

Nunca desayunarás en Tiffany

Nunca desayunarás en Tiffany, ni beberás
ese licor frío de los desesperados
ni tomarás esa fotografía, ni dirás
—con seño de intelectual fracasado—
"vaya, Modigliani era italiano"
nunca venderás lobotomías al por mayor
ni derribarás el puente, ni escribirás
Europa es un promontorio
que se desintegra de acuerdo a las estadísticas.
Nunca desayunarás en Tiffany, ni dirás a tu mujer
¿Has oído hablar del Código Napoleónico?
antes de hacerle el amor a su hermana
escondido tras farolillos auténticamente chinos.
nunca, nunca desayunarás en Tiffany
ni gritarás el nombre Stella bajo el balcón
solo
mirarás hacia atrás con ira
y dirás:
"vaya, nunca
llegaré
a ese lugar del que nunca quiera
regresar".


M.V.M

miércoles, 15 de septiembre de 2010

¿Por qué escribe usted?

Porque el fantasma porque ayer porque hoy:
porque mañana porque sí porque no
Porque el principio porque la bestia porque el fin:
porque la bomba porque el medio porque el jardín

Porque Góngora porque la tierra porque el sol:
porque San Juan porque la luna porque Rimbaud
Porque el claro porque la sangre porque el papel
porque la carne porque la tinta porque la piel

Porque la noche porque me odio porque la luz:
porque el infierno porque el cielo porque tú
Porque casi porque nada porque la sed

porque el amor porque el grito porque no sé
Porque la muerte porque apenas porque más
porque algún día porque todos porque quizás

Oscar Hahn

martes, 10 de agosto de 2010

Yo le temo a Virginia Woolf


—¡Martha!— gritó Richard Burton, disfrazado de George.
—¿Qué?— contestó Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha.
—Nuestro hijo ha muerto— dijo Richard Burton, disfrazado de George, mientras dejaba caer al suelo la décima edición de Orfeo y Eurídice, escrita por Eliot.
—Mientes— dijo Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha.
—No. En verdad ha muerto. La guerra. Una bala. Sangre —dijo Richard Burton, disfrazado de George, mientras recogía el libro del suelo.
—Nunca tuvimos hijos, George— objetó Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha, mientras bebía un trago de coñac.
—Siempre quise tener hijos que murieran en la guerra —reclamó Richard Burton, disfrazado de George—, pero como tu útero nunca fue lo suficientemente fecundo, tuve que imaginarlos.
—No hables de mi útero frente a los invitados, George —exigió Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha, mientras bebía otro trago y fumaba un cigarrillo.
—¿Cuáles invitados, Martha? —preguntó Richard Burton, disfrazado de George.
Nick, Honey, el lector, el cinéfilo … —contestó Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha.
—¿Por qué el lector? ¿por qué el cinéfilo? —preguntó Richard Burton, disfrazado de George.
—Porque no sé si nos leen o nos observan —contestó Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha, bebiendo otro trago, fumando otro cigarrillo.
Ah— dijo Richard Burton, disfrazado de George, pensativo, mirando al lector, mirando a la cámara.
—La culpa no fue solo mía, George —continuó Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha, molesta por el comentario sobre su fecundidad —eras tan poco viril. Siempre que quería tener sexo me dabas las espalda. Siempre que quería follar argumentabas que las condiciones geopolíticas no eran favorables para concebir hijos que murieran en la guerra, que era preferible esperar alguna revolución en los Balcanes o un conflicto en oriente medio. ¿Recuerdas, George, bastardo?
—Los intelectuales somos así —contestó Richard Burton, disfrazado de George, iracundo, enterrando la undécima edición de Pelléas y Mélisande escrita por Gluck en el cráneo de Martha.
—Los intelectuales son así —dijo Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha.
—Los intelectuales somos así —repitió Richard Burton, disfrazado de George—: Consideramos como virtud moral el respeto escrupuloso del orden de la fila, leemos obras filosóficas para calmar los impulsos primarios, follamos únicamente por motivos reproductivos y patrióticos y le clavamos libros a nuestras esposas como forma de reafirmar esa costumbre histórica que indica que se debe utilizar la violencia para evitar la revolución.
Cállate, George. Nos aburres a todos con tus oraciones largas —dijo Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha, bebiendo licor directamente de la botella.
Los invitados salieron en desbandada. Martha subió a su habitación y George hizo lo mismo. Martha se sentó frente al tocador para quitarse el maquillaje. George se metió en la cama, encendió la lamparita de noche y abrió al azar la obra Comentarios Morales Sobre la Vida de Manon Lescaut. Martha se metió en la cama un rato más tarde. George apagó la lamparita y le dió la espalda.
—Te odio, Martha. Eres un monstruo con aliento a ginebra.
—Te odio, George, eres un impotente profesor de clase media —dijo Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha, hiriendo la entrepierna de George con unas tijeras de jardinería que guardaba bajo la almohada.
—Buenas noches, Martha.
—Buenas noches, George.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Hace dos meses que vivo solo, en un pequeño apartamento ubicado al extremo de la orilla más lejana de la ciudad. Al principio me resultaba extraño caminar hasta un edificio que queda al extremo de la orilla más lejana de una ciudad (cualquier ciudad), tomar el ascensor, subir al noveno piso, sacar la llave de mi bolsillo, introducirla, girarla, empujar la puerta y entrar a un apartamento que se mantuvo solo durante el tiempo en que no estuve y que se mantiene solo aun estando yo ahí, haciendo ruido, apagando un libro, cerrando la televisión o estudiando con una muchacha o besando a la misma muchacha que se niega a vivir en el apartamento, conmigo, porque es independiente y no quiere apegarse y porque sospecha que un día yo abandonaré el apartamento y no me encontrará ahí y porque imagina que yo sospecho que un día ella me abandonará, por siempre, dejándome ahí.
No la culpo y ella tampoco me culpa: Nadie está dispuesto a vivir por mucho tiempo en un apartamento que se mantiene solo aun estando habitado.
En realidad, soy condescendiente con la actitud del apartamento, porque todos los lugares están hechos para ser eventualmente abandonados y el apartamento lo sabe y por eso yo no lo culpo por ser como es y la muchacha tampoco lo hace.
Sé que un día lo abandonaré todo sin decirle nada a la muchacha y ella me abandonará a mi sin decirme nada y abandonaremos —los dos, sin cortesía— el apartamento que se empeña en mantenerse solo aun estando habitado y descubriremos que todos tuvimos razón.