domingo, 18 de octubre de 2009

Lo demás no importa.

No resista la tentación de vagar errante por los cementerios. Si quiere ser escritor estudie El Capital. Las teorías marxistas lo conducirán a la pobreza. La pobreza al hambre. El hambre a la melancolía y la melancolía a escribir. Si le ofrecen firmar un pacto con la realidad rechácelo con una nota o con una sinfonía. Beba con fruición cócteles de éter, morfina y coco. Lea gran parte de la noche y en invierno viaje al sur. Disfrute el relente nocturno. Emociónese con la apoteosis final de la 9na de Beethoven o sumérjase en letargo con los preludios de Chopin. Todo con carácter imperativo. Lo demás no importa.

sábado, 10 de octubre de 2009

Consejos paternos. Una muerte digna.

Consejos paternos.

—Desconfía, cásate, ten varios hijos y una amante que te proporcione un escape de la monotonía y excelente sexo clandestino. Sé feliz o intenta ser feliz o solo finge ser feliz, como hacemos tu madre y yo. Procura ser un buen ciudadano o al menos paga los impuestos, procura ser un buen vecino o al menos paga las cuotas de condominio, procura ser un buen samaritano o al menos aporta unas limosnas (sin comprometer tu salario). Estudia, trabaja, come, bebe, caga, duerme y sueña solo lo necesario. ¡Ah! recuerda levantarte temprano, mañana es domingo e iremos a la iglesia.

El niño parpadeó, apenas tenía cinco años.


Una muerte digna.

Hacer el amor durante tres días de mil años con una mujer blanca, negra o del color de los jacintos. Hacerlo hasta lograr la máxima tensión en el último de los tendones o hasta que todo el cuerpo duela. Olvidar, de a poco, toda la filosofía, toda la poesía, toda la música y las modernas teorías del estado. Olvidar los amores platónicos y el silogismo aristotélico. Olvidar las aspiraciones políticas, las pretensiones intelectuales, las treguas, las guerras, las ideas preconcebidas, el arrepentimiento, la moral burguesa, el marxismo, el fracaso, la realidad y todas las mentiras que nos contó la maestra.

Hacer el amor, tener sexo, lenta, mansamente, furiosamente sobre la tumba de cien antepasados sajones sin sentir remordimiento. Volver al verdadero estado natural del que habló Rousseau. Sentir la afición al infinito que soñó Baudelaire, antes del fin, durante el paroxismo, cuando se nublan los ojos.
Después, cuando el cansancio acabe casi por completo con la voluntad, saltar al Iguazú, donde el agua y el estruendo disuelvan la carne, los huesos, todo el miedo, todo el hastío, toda la ira. Todo en absoluto. Hasta la última molécula de condición humana.
Que el Eros aseste una estocada mortal, ineludible a la civilización. Que gane Marcuse. Que otros más o menos afortunados hereden el mundo.