Ropa elegante para ser visto. Diván otomano para la mujer emancipada. Máscaras a mitad de precio, el placer orgásmico de los estetas.
La lluvia empaña la vitrina del mall ultramoderno, borrando lentamente aquellas formas. Las nubes visten a la ciudad para un funeral. En la otra calle un local exhala tristes conversaciones de café.
Escuchemos:
—Yo sigo la rutina de Elliot: Leo gran parte de la noche y en invierno me voy al sur.
—Estamos en el sur.
—Hablo de un sur imaginario.
—Ah.
—Ah.
—Nada de "ah". Cada quien procura su felicidad.
—Despides suspiros breves y poco frecuentes, muchacha de los jacintos.
—Es el recuerdo... André ...
—¿Murió?
—Ni siquiera vivió, solo lo he soñado.
—Ni siquiera vivió, solo lo he soñado.
—Olvídalo. Escapa conmigo.
—No puedo: El mundo no para de girar, el gramófono sigue sonando y los romances de café, de tranvías y trineos están destinados al fracaso.
—Calla, no derrames más sombras sobre la mesa ni irracionalismo sobre mi corazón burgués. Me iré lejos, a Viena, a Londres o a Jerusalén. Pierdo mis huesos, afuera sigue lloviendo...
A una manzana de distancia el estado edifica un rascacielos. Cuando esté terminado será el monumento más grande construido en honor al absoluto inasequible. En un baño público un hombre bebe una mezcla alucinógena y atisba el infinito. Una mujer cierra su paraguas para abordar un taxi. Otra lo abre. El metro, veloz, llega hasta el centro. Allí el espectáculo es distinto. Una manada de indigentes busca refugio en un callejón. Alguien resbala sobre el asfalto húmedo. Bulla, lamentos y otros ruidos. Un poeta delirante blasfema. Gozo y decadencia. El progreso. El rumor del agua que cae. Lejano estrépito de bocinas y motores y algunas risas maliciosas. Volvemos al punto de inicio y, al girar en una esquina, la noche, las luces y la certeza de que nunca regresaremos a casa.
A una manzana de distancia el estado edifica un rascacielos. Cuando esté terminado será el monumento más grande construido en honor al absoluto inasequible. En un baño público un hombre bebe una mezcla alucinógena y atisba el infinito. Una mujer cierra su paraguas para abordar un taxi. Otra lo abre. El metro, veloz, llega hasta el centro. Allí el espectáculo es distinto. Una manada de indigentes busca refugio en un callejón. Alguien resbala sobre el asfalto húmedo. Bulla, lamentos y otros ruidos. Un poeta delirante blasfema. Gozo y decadencia. El progreso. El rumor del agua que cae. Lejano estrépito de bocinas y motores y algunas risas maliciosas. Volvemos al punto de inicio y, al girar en una esquina, la noche, las luces y la certeza de que nunca regresaremos a casa.
7 comentarios:
Gracias por dejar tu huella en mi blog, se te extrañaba....
pienso, al leer tu texto en la relatividad... mientras yo siento o me pasa algo el mundo no deja de girar... pasan mil cosas al únisono
abrazo
Ni los romances de tranvías, ni los de discotecas llenas de humo, ni los de coches con cristales empañados...
Últimamente estoy algo oscura, creo que todos fracasan.
Un beso enorme!!!!!!
supongo que es mejor haber tenido un relación fracasada que yuvo un momento de gloria que no haber tenido ninguna
tienes razon, estos psicoanalista psicoanalizando blogs me hacen temer por la cordura
Un abrazo
Las imágenes se proyectan inmediatas acompañando tus letras, son deliciosas de seguir, me resbalo en ellas.
El mismo efecto con Fiesta y Tardes del XX.
Si eres un desastre en él me quedo
volveré por más
un abrazo
He logrado ver en mi mente todo lo que describías en tu texto.
Fantástico :D
¿andre?
yo creo q imaginarlo o vivirlo es casi lo mismo.
Es muy delgada la linea q separa la ficcion de la realidad, como los hechos q acaecieron como los q acaeceran.
Besos.
Que triste seria la vida sin la capacidad de ficción. La vida es toda ficción.
si, los romances de tranvias ya casi no se ven...
me gustó tu texto... no me costó nada imaginarme toda esa ciudad ewn cada palabra que escribiste...bye!!
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