martes, 10 de agosto de 2010

Yo le temo a Virginia Woolf


—¡Martha!— gritó Richard Burton, disfrazado de George.
—¿Qué?— contestó Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha.
—Nuestro hijo ha muerto— dijo Richard Burton, disfrazado de George, mientras dejaba caer al suelo la décima edición de Orfeo y Eurídice, escrita por Eliot.
—Mientes— dijo Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha.
—No. En verdad ha muerto. La guerra. Una bala. Sangre —dijo Richard Burton, disfrazado de George, mientras recogía el libro del suelo.
—Nunca tuvimos hijos, George— objetó Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha, mientras bebía un trago de coñac.
—Siempre quise tener hijos que murieran en la guerra —reclamó Richard Burton, disfrazado de George—, pero como tu útero nunca fue lo suficientemente fecundo, tuve que imaginarlos.
—No hables de mi útero frente a los invitados, George —exigió Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha, mientras bebía otro trago y fumaba un cigarrillo.
—¿Cuáles invitados, Martha? —preguntó Richard Burton, disfrazado de George.
Nick, Honey, el lector, el cinéfilo … —contestó Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha.
—¿Por qué el lector? ¿por qué el cinéfilo? —preguntó Richard Burton, disfrazado de George.
—Porque no sé si nos leen o nos observan —contestó Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha, bebiendo otro trago, fumando otro cigarrillo.
Ah— dijo Richard Burton, disfrazado de George, pensativo, mirando al lector, mirando a la cámara.
—La culpa no fue solo mía, George —continuó Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha, molesta por el comentario sobre su fecundidad —eras tan poco viril. Siempre que quería tener sexo me dabas las espalda. Siempre que quería follar argumentabas que las condiciones geopolíticas no eran favorables para concebir hijos que murieran en la guerra, que era preferible esperar alguna revolución en los Balcanes o un conflicto en oriente medio. ¿Recuerdas, George, bastardo?
—Los intelectuales somos así —contestó Richard Burton, disfrazado de George, iracundo, enterrando la undécima edición de Pelléas y Mélisande escrita por Gluck en el cráneo de Martha.
—Los intelectuales son así —dijo Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha.
—Los intelectuales somos así —repitió Richard Burton, disfrazado de George—: Consideramos como virtud moral el respeto escrupuloso del orden de la fila, leemos obras filosóficas para calmar los impulsos primarios, follamos únicamente por motivos reproductivos y patrióticos y le clavamos libros a nuestras esposas como forma de reafirmar esa costumbre histórica que indica que se debe utilizar la violencia para evitar la revolución.
Cállate, George. Nos aburres a todos con tus oraciones largas —dijo Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha, bebiendo licor directamente de la botella.
Los invitados salieron en desbandada. Martha subió a su habitación y George hizo lo mismo. Martha se sentó frente al tocador para quitarse el maquillaje. George se metió en la cama, encendió la lamparita de noche y abrió al azar la obra Comentarios Morales Sobre la Vida de Manon Lescaut. Martha se metió en la cama un rato más tarde. George apagó la lamparita y le dió la espalda.
—Te odio, Martha. Eres un monstruo con aliento a ginebra.
—Te odio, George, eres un impotente profesor de clase media —dijo Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha, hiriendo la entrepierna de George con unas tijeras de jardinería que guardaba bajo la almohada.
—Buenas noches, Martha.
—Buenas noches, George.

3 comentarios:

Romina dijo...

jajajaj notable, te pasaste!!! que buen relato jaja

morí de la risa, sobre todo con: la martha pasada a ginebra ajjaj

saludos

Sabina dijo...

jajajaja me gustó mucho!
saludos.

Raymunde dijo...

¡Muy bueno!