Éramos jóvenes y nada nos previno
de que ciertas condiciones objetivas
–el clima, la música, algunos desaciertos históricos–
modifican(estudios previos lo demuestran)
la sutil trayectoria del deseo.
Creíamos
–oh, la triste educación sentimental–
que todo marchaba
forzosamente hacia adelante,
que los urbanistas erigían ciudades
propicias para la felicidad.
y ocurrió que la brisa,
el Olor a lluvia,
las costumbres sociales postcapitalistas
Y el ruido de una fiesta que moría
prematuramente
propiciaron el encuentro.
Jamás advertimos
que la sed tiene voluntad y lenguaje,
fórmulas, consecuencias,
que los ojos tristes y furtivos,
los silencios,
las sonrisas, los brazos que se posan
por accidente
siempre allanan el camino.
más tarde,
desnudos los cuerpos
producto de la contingencia
y del desorden
las manos
ávidas, indecorosas
descienden
escalan abismos,
disuelven dioses y horizontes
mientras sus senos y su vientre
adquieren la consistencia
de un lectura prohibida.
abolidas
la razón,
las palabras,
dos animales
se precipitan
y fallecen
entre la repentina soledad
y el desconcierto
el arrebato
impreciso, abstracto
nos traiciona
y siempre
regresamos a un mundo
que nadie puede cambiar.