lunes, 18 de octubre de 2010

Nunca desayunarás en Tiffany

Nunca desayunarás en Tiffany, ni beberás
ese licor frío de los desesperados
ni tomarás esa fotografía, ni dirás
—con seño de intelectual fracasado—
"vaya, Modigliani era italiano"
nunca venderás lobotomías al por mayor
ni derribarás el puente, ni escribirás
Europa es un promontorio
que se desintegra de acuerdo a las estadísticas.
Nunca desayunarás en Tiffany, ni dirás a tu mujer
¿Has oído hablar del Código Napoleónico?
antes de hacerle el amor a su hermana
escondido tras farolillos auténticamente chinos.
nunca, nunca desayunarás en Tiffany
ni gritarás el nombre Stella bajo el balcón
solo
mirarás hacia atrás con ira
y dirás:
"vaya, nunca
llegaré
a ese lugar del que nunca quiera
regresar".


M.V.M

miércoles, 15 de septiembre de 2010

¿Por qué escribe usted?

Porque el fantasma porque ayer porque hoy:
porque mañana porque sí porque no
Porque el principio porque la bestia porque el fin:
porque la bomba porque el medio porque el jardín

Porque Góngora porque la tierra porque el sol:
porque San Juan porque la luna porque Rimbaud
Porque el claro porque la sangre porque el papel
porque la carne porque la tinta porque la piel

Porque la noche porque me odio porque la luz:
porque el infierno porque el cielo porque tú
Porque casi porque nada porque la sed

porque el amor porque el grito porque no sé
Porque la muerte porque apenas porque más
porque algún día porque todos porque quizás

Oscar Hahn

martes, 10 de agosto de 2010

Yo le temo a Virginia Woolf


—¡Martha!— gritó Richard Burton, disfrazado de George.
—¿Qué?— contestó Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha.
—Nuestro hijo ha muerto— dijo Richard Burton, disfrazado de George, mientras dejaba caer al suelo la décima edición de Orfeo y Eurídice, escrita por Eliot.
—Mientes— dijo Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha.
—No. En verdad ha muerto. La guerra. Una bala. Sangre —dijo Richard Burton, disfrazado de George, mientras recogía el libro del suelo.
—Nunca tuvimos hijos, George— objetó Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha, mientras bebía un trago de coñac.
—Siempre quise tener hijos que murieran en la guerra —reclamó Richard Burton, disfrazado de George—, pero como tu útero nunca fue lo suficientemente fecundo, tuve que imaginarlos.
—No hables de mi útero frente a los invitados, George —exigió Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha, mientras bebía otro trago y fumaba un cigarrillo.
—¿Cuáles invitados, Martha? —preguntó Richard Burton, disfrazado de George.
Nick, Honey, el lector, el cinéfilo … —contestó Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha.
—¿Por qué el lector? ¿por qué el cinéfilo? —preguntó Richard Burton, disfrazado de George.
—Porque no sé si nos leen o nos observan —contestó Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha, bebiendo otro trago, fumando otro cigarrillo.
Ah— dijo Richard Burton, disfrazado de George, pensativo, mirando al lector, mirando a la cámara.
—La culpa no fue solo mía, George —continuó Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha, molesta por el comentario sobre su fecundidad —eras tan poco viril. Siempre que quería tener sexo me dabas las espalda. Siempre que quería follar argumentabas que las condiciones geopolíticas no eran favorables para concebir hijos que murieran en la guerra, que era preferible esperar alguna revolución en los Balcanes o un conflicto en oriente medio. ¿Recuerdas, George, bastardo?
—Los intelectuales somos así —contestó Richard Burton, disfrazado de George, iracundo, enterrando la undécima edición de Pelléas y Mélisande escrita por Gluck en el cráneo de Martha.
—Los intelectuales son así —dijo Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha.
—Los intelectuales somos así —repitió Richard Burton, disfrazado de George—: Consideramos como virtud moral el respeto escrupuloso del orden de la fila, leemos obras filosóficas para calmar los impulsos primarios, follamos únicamente por motivos reproductivos y patrióticos y le clavamos libros a nuestras esposas como forma de reafirmar esa costumbre histórica que indica que se debe utilizar la violencia para evitar la revolución.
Cállate, George. Nos aburres a todos con tus oraciones largas —dijo Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha, bebiendo licor directamente de la botella.
Los invitados salieron en desbandada. Martha subió a su habitación y George hizo lo mismo. Martha se sentó frente al tocador para quitarse el maquillaje. George se metió en la cama, encendió la lamparita de noche y abrió al azar la obra Comentarios Morales Sobre la Vida de Manon Lescaut. Martha se metió en la cama un rato más tarde. George apagó la lamparita y le dió la espalda.
—Te odio, Martha. Eres un monstruo con aliento a ginebra.
—Te odio, George, eres un impotente profesor de clase media —dijo Elizabeth Taylor, disfrazada de Martha, hiriendo la entrepierna de George con unas tijeras de jardinería que guardaba bajo la almohada.
—Buenas noches, Martha.
—Buenas noches, George.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Hace dos meses que vivo solo, en un pequeño apartamento ubicado al extremo de la orilla más lejana de la ciudad. Al principio me resultaba extraño caminar hasta un edificio que queda al extremo de la orilla más lejana de una ciudad (cualquier ciudad), tomar el ascensor, subir al noveno piso, sacar la llave de mi bolsillo, introducirla, girarla, empujar la puerta y entrar a un apartamento que se mantuvo solo durante el tiempo en que no estuve y que se mantiene solo aun estando yo ahí, haciendo ruido, apagando un libro, cerrando la televisión o estudiando con una muchacha o besando a la misma muchacha que se niega a vivir en el apartamento, conmigo, porque es independiente y no quiere apegarse y porque sospecha que un día yo abandonaré el apartamento y no me encontrará ahí y porque imagina que yo sospecho que un día ella me abandonará, por siempre, dejándome ahí.
No la culpo y ella tampoco me culpa: Nadie está dispuesto a vivir por mucho tiempo en un apartamento que se mantiene solo aun estando habitado.
En realidad, soy condescendiente con la actitud del apartamento, porque todos los lugares están hechos para ser eventualmente abandonados y el apartamento lo sabe y por eso yo no lo culpo por ser como es y la muchacha tampoco lo hace.
Sé que un día lo abandonaré todo sin decirle nada a la muchacha y ella me abandonará a mi sin decirme nada y abandonaremos —los dos, sin cortesía— el apartamento que se empeña en mantenerse solo aun estando habitado y descubriremos que todos tuvimos razón.

martes, 6 de julio de 2010

en las noches de insomnio siempre retorno a la misma posibilidad.

Variación de imposible caligrafía:
en las noches de insomnio siempre retorno a la misma posibilidad.

Confesión.
ya dejé de temerle a la oscuridad. ahora temo a que me asalte un viejo remordimiento. no es nada grave, pero se empeña en joderme.

No es plagio.
"...intenté advertiros, hijitos, hijitas mías, que en la telaraña de los acontecimientos pueden producirse (y de hecho se producen) saltos disímiles que os llevan del uso consciente del fuego y del descubrimiento de la rueda, a la lectura de horóscopos dominicales, revistas de índole religiosa y folletines publicitarios mientras defecáis..."
M.V.A.

lunes, 28 de junio de 2010

La libertad, me dijiste, consiste en cortarse la oreja izquierda mientras escupes colores sobre un lienzo
la libertad, refuté, es cerrar el puño con fuerza frente al desfile del emperador hasta que brote sangre
libertad, intervino alguien más, es pintar las vocales como lo hizo rimbaud:


A negra
E blanca
I roja
U verde
O azul


Libertad, dijo un viejo, afamado catedrático de Yale, no radica en pintar las vocales; después de todo, A negra no conduce a nada, ni a la muerte, ni a la embriaguez religiosa. Libertad es taparse la boca para no escuchar la macabra ambiguedad de la voz de Farinelli (el último de los castrati) o simplemente escapar a los estados menos meridionales de la galaxia para hacer la revolución.
¡No!, gritó la muchacha loca inventada por Yeats, la libertad es eso y alguna cosa más. Libertad es un poema, un sueño distinto.