miércoles, 4 de agosto de 2010

Hace dos meses que vivo solo, en un pequeño apartamento ubicado al extremo de la orilla más lejana de la ciudad. Al principio me resultaba extraño caminar hasta un edificio que queda al extremo de la orilla más lejana de una ciudad (cualquier ciudad), tomar el ascensor, subir al noveno piso, sacar la llave de mi bolsillo, introducirla, girarla, empujar la puerta y entrar a un apartamento que se mantuvo solo durante el tiempo en que no estuve y que se mantiene solo aun estando yo ahí, haciendo ruido, apagando un libro, cerrando la televisión o estudiando con una muchacha o besando a la misma muchacha que se niega a vivir en el apartamento, conmigo, porque es independiente y no quiere apegarse y porque sospecha que un día yo abandonaré el apartamento y no me encontrará ahí y porque imagina que yo sospecho que un día ella me abandonará, por siempre, dejándome ahí.
No la culpo y ella tampoco me culpa: Nadie está dispuesto a vivir por mucho tiempo en un apartamento que se mantiene solo aun estando habitado.
En realidad, soy condescendiente con la actitud del apartamento, porque todos los lugares están hechos para ser eventualmente abandonados y el apartamento lo sabe y por eso yo no lo culpo por ser como es y la muchacha tampoco lo hace.
Sé que un día lo abandonaré todo sin decirle nada a la muchacha y ella me abandonará a mi sin decirme nada y abandonaremos —los dos, sin cortesía— el apartamento que se empeña en mantenerse solo aun estando habitado y descubriremos que todos tuvimos razón.

2 comentarios:

Raymunde dijo...

Los apartamentos que se mantienen solos aún estando habitados son peligrosos. Pero también lo son, y más, sus moradores.
Tal apartamento para tal ocupante.
Cuidaros mutuamente mientras os tengáis.

Eva dijo...

me enamoré y no sé de quién.